DE CUANDO LAS ANTENAS CONTAMINAN

Con el aumento de la demanda en los servicios de telecomunicación se han ido multiplicando las antenas que usan las empresas de telefonía y radio en las ciudades. Cuando la geografía ayuda, éstas suelen aparecer en cerros, montañas o cualquier otra elevación; pero cuando se trata de asentamientos urbanos relativamente planos como es el caso de la Ciudad de México, las antenas son instaladas en cualquier predio que pudiera servir para los fines de transmisión de señal. ¿Y tiene esto algo de malo? Pareciera que no si pensamos que se está fortaleciendo la capacidad de estas empresas para ofrecer un mejor servicio en cuanto a calidad y cobertura, pero cuando las características y dimensiones de estas antenas distorsionan la imagen urbana del lugar donde se instalan, invita a reflexionar sobre el impacto que está teniendo este tipo de infraestructuras en la contaminación visual de las ciudades.

Si se parte del hecho de que la contaminación visual se relaciona con la presencia de elementos que alteran la estética y la imagen del paisaje urbano y rural al existir sobre estímulos visuales, se podría afirmar que las antenas se convierten en este sentido en agentes contaminantes. Quizás no se trata de elementos tan invasivos visualmente como algunos espectaculares (especialmente los luminosos), ni lleguen a distraer a conductores o peatones, pero en definitiva alteran la escala arquitectónica y urbana del sitio, además de contar con emisiones electromagnéticas no ionizantes cuyos niveles permisibles para la salud humana aún no están regulados en México.

Y seguirán en aumento, ya que desde el punto de vista constitucional, los tres niveles de gobierno tienen la obligación de extender las redes de comunicación en el país, y un incremento en la demanda de estos servicios, especialmente en áreas más densamente pobladas, justifica la presencia de una cantidad mayor de radiobases en las ciudades, al presentarse un aumento en el volumen de tráfico de datos que circula a través de las mismas. No obstante, una posible salida sería el contar con regulaciones precisas que acompañen los programas de desarrollo urbano de los centros poblados, para prever la ubicación adecuada de este tipo de infraestructuras y lograr así su compatibilidad con la salud de los seres vivos e imagen urbana de los sitios en donde sean instaladas.

El autor del artículo es el  Mtro. Carlos Luis Delgado Castillo

Académico de tiempo en el Departamento de Arquitectura